Parece increíble ver a la aún diputada federal Susana Prieto Terrazas quejarse amargamente del partido Morena, al que tanto defendió y representó. Ahora, la autoproclamada defensora de los derechos laborales clama ser víctima de violencia política de género por parte de la aplanadora guinda en el Poder Legislativo Federal. Lo que parece ser una reacción tardía y contradictoria de quien alguna vez se consideró intocable, es ahora un llanto público ante la pérdida de su influencia y poder.

«Abandoné la fracción parlamentaria de Morena el último de febrero. La violencia política de género que han ejercido en mi contra es una verdadera vulgaridad», declaró Prieto Terrazas con un tono que poco recuerda a la férrea abogada que causó caos en las maquiladoras de Matamoros en 2019. Su denuncia continúa: «No le han pagado desde febrero a mis asesores, no me han depositado las subvenciones a mí, me sacaron de la Comisión de Puntos Constitucionales, y nadie me informó». Sin embargo, sus palabras parecen carecer del peso y la determinación que alguna vez tuvo, sonando más como un lamento que como una acusación fundada.

Prieto Terrazas afirma que su retiro de la bancada de Morena fue un acto de congruencia con los trabajadores y una protesta contra la supuesta traición del partido al no aprobar la reforma de las 40 horas laborales. Sin embargo, su tono llorón y desesperado refleja más bien una frustración personal por no haber podido seguir manteniendo el poder y la influencia que alguna vez disfrutó. «A partir de ese momento han hecho de mi vida un pinche infierno en esta Cámara de Diputados», dijo, en lo que parece ser más una estrategia de victimización que una denuncia legítima.

Resulta irónico que la misma Susana Prieto que hoy se queja del trato que recibe por parte de Morena, es la misma que en 2019 aterrorizaba a empresarios y obtenía beneficios para su sindicato «20-32» sin cumplir con los requisitos legales. Aquella Susana Prieto, respaldada por conexiones políticas de alto nivel, como Arturo Alcalde Justiniani y Luisa María Alcalde, actuaba con impunidad, obteniendo aumentos salariales y bonos millonarios para los trabajadores a través de un movimiento que muchos consideraron un «robo en despoblado».

Hoy, al verse despojada de su poder y sin la posibilidad de reelegirse como diputada, Prieto Terrazas recurre a un discurso de víctima, buscando recuperar la atención y el apoyo que alguna vez tuvo. Sin embargo, su llanto público parece poco creíble para quienes recuerdan su pasado reciente como la abogada bravucona que hacía temblar a los empresarios y que ahora, irónicamente, se encuentra en una posición de debilidad y desesperación.