El 28 de junio de 1919, en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles, se firmaron las “condiciones” para el nuevo orden después de la Gran Guerra, al que denominaron el Tratado de Paz de Versalles. Mientras tanto, el Congreso estadounidense rechazó los catorce puntos de su presidente Woodrow Wilson, así como la
El 28 de junio de 1919, en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles, se firmaron las “condiciones” para el nuevo orden después de la Gran Guerra, al que denominaron el Tratado de Paz de Versalles. Mientras tanto, el Congreso estadounidense rechazó los catorce puntos de su presidente Woodrow Wilson, así como la inclusión de Estados Unidos a la Liga de las Naciones. Este conjunto de decisiones, sin duda, marcaron un futuro distinto al que se pretendía para Alemania y el planeta entero.
En noviembre de 1919, John Maynard Keynes publicó Consecuencias económicas de la paz, el cual iniciaba con las siguientes palabras: “El poder de habituarse a su entorno es una característica marcada de la humanidad”. Y, según el dicho de las brujas de Macbeth: “Lo justo es sucio y lo sucio es justo. Flotar a través de la niebla y el aire sucio”, refiriéndose a las supuestas acciones justas por los daños y los perjuicios aplicados a la nación alemana para los europeos, a costa de su propia dignidad humana.
Keynes anunció una próxima guerra: “Tengo el propósito de demostrar en este libro que la paz cartaginesa no es prácticamente justa ni posible”, porque “era misión de la Conferencia de la Paz honrar sus compromisos y satisfacer a la justicia, y no menos restablecer la vida y cicatrizar las heridas”. Con ello, introdujo el término de bienestar (prosperidad) como elemento fundamental para la restauración ante la guerra, y no de una moralidad “justa” que dejaría venganzas.
Diez años después, en 1929, se registró la caída de la Bolsa de Valores de Nueva York, lo que provocó la que, hasta entonces, fue la mayor crisis financiera mundial. A su vez, trajo consigo la pérdida masiva de empleos y dejó en la vulnerabilidad a millones de personas, sin respetar su nacionalidad, raza, género, etnia o religión.
En 1933, Franklin D. Roosevelt presentó el Nuevo Trato con la célebre frase “Lo único que debemos temer es al propio temor”. En su segundo periodo presidencial, Roosevelt recibió de Keynes una carta conforme a su “teoría general de la ocupación, el interés y el dinero” para sentar las bases de lo que se denominaría el Estado de bienestar.
Luego, en 1939, inició la Segunda Guerra Mundial y, al finalizar, el Nuevo Trato se replicó en Occidente. Posteriormente, en 1945, se creó la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
En cuanto a México, en 1917, se creó la primera Constitución con derechos sociales en el mundo. Sus frutos se percibieron a partir de la política cardenista y, posteriormente, con el desarrollo estabilizador de Antonio Ortiz Mena como un tipo de Estado benefactor que duraría hasta la década de 1970.
La gobernanza global inició por el bienestar
La mayoría de las cosas existen mucho antes de que sean nombradas. Lo mismo ocurre con la gobernanza global, término introducido por el politólogo estadounidense Craig N. Murphy. El concepto se oficializó después de la Guerra Fría, cuando el Excanciller de la República Federal de Alemania, Willy Brandt, invitó a la integración de comisiones internacionales, entre ellas la Comisión de Gobernanza Global, en la que Manuel Camacho Solís fue el representante de México, y a la que el Secretario General de la ONU, Boutros Boutros-Ghali, respaldó para su integración en el organismo. La Comisión publicó en 1994 el reporte “Nuestro vecindario global” en el que señalaba que la “gobernanza global no es un gobierno global”, porque “la gobernanza es la suma de muchas formas en la que individuos e instituciones, públicas y privadas, manejan sus asuntos en común”, con el fin del desarrollo de las personas y los países.
Sin embargo, puede considerarse que la gobernanza global contemporánea surgió con el Nuevo Trato y con la creación de la ONU, teniendo como esencia teórica la paz y el bienestar. Al final, sin el fordismo y el taylorismo para instalar la seguridad social y la nueva forma de trabajo, en Estados Unidos no hubiera sido posible llevar a cabo el Nuevo Trato, interna y externamente, para la restauración económica. Del mismo modo, el término “bienestar” está presente en la Carta de las Naciones Unidas, así como en los pactos sobre derechos humanos.
¿Por qué el bienestar?
El bienestar es un concepto que está implícito en la percepción del ser humano y su vínculo con la sociedad. Por lo tanto, es más fácil de asimilar entre personas y países. Además, es sensitivo, a diferencia de otros términos como “democracia”, “desarrollo” o “justicia”, que son susceptibles de otorgarles propiedades del “deber ser” de una moralidad ideológica o religiosa que discrimina al que piense o se dirija diferente. En efecto, el bienestar es el conducto para legitimar la democracia.
En cambio, como insiste Niklas Luhmann en Teoría política en el Estado de bienestar, el bienestar provoca expectativas y tiende a esperarse más de lo que antes se tenía como bienes humanos personales, pero, solo y únicamente, cuando las necesidades básicas han sido procuradas. Además, existe etimológicamente en todas las sociedades. Por ejemplo, en español, “bienestar” significa mantener un “nivel elevado”, “estar o vivir”; en inglés, well being y welfare, provienen de “bien y estar”; en alemán, wellness se interpreta como “buena salud”; la palabra noruega y danesa hygge, significa “confort, alegría”; en chino mandarín, el término genérico 福利 (Fúlì), es “bendición” y “lucro”. Las diferencias son menores a sus similitudes. A pesar de ello, el concepto de bienestar se consideró “obsoleto” en el lenguaje de los organismos internacionales, aunque no en el de la población.
Sin duda, la gobernanza global está vulnerable, pero aún es necesaria.
En julio de 1944, se firmaron los acuerdos de Bretton Woods que establecieron las políticas económicas mundiales, como la constitución del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI), en los que a Keynes le fue rechazada su propuesta del Nuevo Trato como parte vertebral de los acuerdos. Por otra parte, Milton Friedman (quien fue promotor del Estado de bienestar), presentó en 1962 su obra Capitalismo y libertad en la que propone el “neoliberalismo”, como alternativa, ya que “el remedio (el Nuevo Trato) había estado a punto de ser peor que la enfermedad”. Esto se debió a que delimitó el valor del mercado-individuo-Estado en la libre decisión, por lo que no había ya razón para procurar el bienestar, si ya no había crisis.
Ante la crisis…
El 1 de diciembre de 2019 se reportó el primer contagio de covid-19 en Wuhan, China; para el 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de Salud declaró la pandemia. Pocos meses después, el FMI anunció que la pandemia provocaría una crisis socioeconómica como el “Crac de 1929”.
En 2022, parece que los apoyos para hacer frente a la pandemia por medio de la gobernanza global de las vacunas se han roto en lo socioeconómico. La “tolerancia” entre los países está al margen, con un conflicto en Europa del Este que conlleva a la escasez alimentaria y la inflación. Tal situación aparenta validar la teoría de la espiral histórica de Juan Bautista Vico, es decir, que la historia se repite con diferentes circunstancias. Mientras haya menos recursos, los Estados abogan por la seguridad tradicional y, cuando la ONU debería procurar la paz, sus Estados miembros y administrativos se han distraído al señalar qué países no han seguido las “condiciones” de otro orden ya prescrito.
Sin duda, la gobernanza global está vulnerable, pero aún es necesaria. Como lo ha dicho el filósofo Daniel Innerarity, únicamente se han olvidado sus valores fundamentales, la paz y el bienestar (necesariamente una con la otra), porque son términos comunes de las sociedades.
Ante la crisis, el modelo del Estado de bienestar valida su propia existencia, como lo menciona Claus Offe en Contradicciones del Estado de bienestar, al exponer que este modelo económico no es contrario al Estado capitalista, sino una contrallave ante sus propios defectos. Por lo tanto, así como hay un neoliberalismo, habría un neobienestar que puede iniciar con la política del “buen vecino” en América al conciliar la libertad y la igualdad en la cooperación.
¿Acaso China aprendió bien del Nuevo Trato de la gobernanza global, mientras que Occidente lo ha olvidado? Repetir la historia o asumirla.
DORA ISABEL GONZÁLEZ AYALA es licenciada en Relaciones Internacionales y maestrante en Gobierno y Asuntos Públicos, y Derecho, por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es fundadora del Centro de Gobernanza y Cooperación Internacional AC. Además, es profesora de Política Mundial en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán (FESA) de la UNAM y Jefa de Departamento de Asuntos Internacionales en la Unidad de Asuntos Internacionales y Relaciones Parlamentaria de la Cámara de Diputados.